En la orilla del mar se refleja mi rostro más brillante que al natural. Si lanzo una piedra sobre ese refeflejo, desaparece por momentos, para volver a mostrarse de nuevo, más brillante si cabe. Si intento acariciarlo tiembla como un bebé helado de frío. Pero si me marcho, permanece ahí, inerte y pensativo. Y en silencio.
En la orilla del mar de mis deseos prohibidos, mi rostro no es el mismo, pero su lejana mirada le delata.
Lestat in the Templo
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